Empezó la agitación y las
reuniones para poder decidir qué hacer si iban a paro o no y esto empezó a
aumentar la tención de Alfonso, al llegar a la reunión no encontró lugar en las
bancas así que se arrimó a un balcón, y Alfredo que vino con Alfonso tubo que
subir a la mesa de comité de huelga. Alfonso se mantenía entre los demás
dirigentes inquietos y sin lanzar una sola sonrisa. Las paredes de tablas sin
pintar encrudecidas por la luz de las linternas, pendían de estas paredes los
retratos de los viejos fundadores, de la institución. En la sesión vio muchas gentes
tantas nuevas como conocidos, pero le parecía increíble que estas personas
estén ahí, pero eran los mismos hombres que el exceso de trabajo los había
embrutecido, eran quienes terminaban su trabajo con un vaso de aguardiente y
que su entusiasmo solo despertaba cuando veían el boxeo, en la sesión lo que
preguntaba era ¿Qué es el Ecuador? Preguntas de que si esto serviría para algo.
Pero esto lo llevo a
recordar cuando era niño y empapelaba sus cometas también recordó cómo aprendió
las palabras libertad y pueblo, estas palabras las aprendió de los libros de
Montalvo que le dio su abuelo, también pensó en Don Leonardo el padre de Violeta,
pero estos pensamientos que vienen su mente eran porque en la agitación de ese
instante aprendió a ver la patria en el pueblo: Baldeón repitió una frase que
había escuchado en Lima "Los que se avergüenzan de ser pueblo, no son
hombres". Alfredo le había contado las interioridades del movimiento. El
paso carecía de unidad, la tendencia independiente era minoritaria dominaban los
viejos mutualistas, abundaban los agentes patronales del gobierno y los partidos
políticos opositores.
La lucha interna se
entablaba precisamente por los objetivos de la huelga, primero lo que
reclamaban era mejores salarios y menos horas de trabajo, y hacer cumplir la
ley de 8 horas alegando que el alza de salarios no servirá de nada por la
devaluación de la moneda por eso decían que la causa real del hambre es que el
dólar ha subido de dos a cinco sucres casi de golpe. Alfredo creía que lo
urgente era atender el hambre y que la fuerza del pueblo debía aspirara a más,
en una nueva reunión se discutía el asunto por quinta vez pero ahora ya no era
a puertas serradas sino era una reunión popular, entre la marejada que Alfonso
estaba presenciando vio entrara a un grupo de mujeres y reconoció la cara de
Margarita que era una chica muy guapa y muy bonita eran unas mujeres que hacían
colectas para las familias de los protestantes y se hacían llamar las de las
del Rosa Luxemburgo cosían banderas rojas acudían a las asambleas y desfilaban
en las manifestaciones cantando el Himno Hijos del Pueblo.
La manifestación comenzó
y se hiso en la Plaza de San Agustín y salieron a las calles, mujeres y
muchachos se asomaban a las puertas y muchos hombres salían siguiendo la
protesta y apoyándolos, lo que ellos no se esperaban es que el gobierno iba a
reaccionar de un modo cruel y demasiado sangriento. Los gritos de las personas
sonaban en la plaza como el mar exigiendo sus derechos el que habla va ahora
era uno de los de la Federación Regional, era demasiada gente nunca se avían
lanzado tantas gentes a las calles Gallinazo suponía que era todo Guayaquil
menos los ricos, iban tan juntos que no se notaba los zarrapastrosos pantalones
y las camisas mojadas de sudor, y entre todo ese calor empezaron los disparos y
las personas empezaron a decir que están hachando bala se empezó a oír los
fusiles, las personas se dispersaron y la tropa los seguían sin pensar que
antes eran como ellos unos trabajadores pero ahora solo son parte del ejercito
los soldados disparaban, acorralaban al pueblo hacia el malecón en la calle del
Pichincha había sido peor los soldados habían entrado por otras esquinas, a los
cadáveres los arrojaban al río con la panza rota
para que no floten.
XI CAPÍTULO
El último viaje de Alfredo Baldeón
Leonor le hundía los
dedos entre los cabellos, reteniendo la frente entre las palmas cálidas. Antes
pudo confundir su cariño con el orgullo de llevar del brazo a una muchacha
blanca o con el hechizo de las noches en el catre de las caricias quererla era
una adhesión de ser o ser. En la calle Santa Elena debían tomar distintas
direcciones el amanecer olía a tierra húmeda, tras una cerca aulló un perro, el
perro como respondiéndole volvió a aullar. Alfredo iba a lanzarle una broma,
hoy pensaba en irse a trabajar a su lado, desde chico vivió lejos de su vieja (Leonor).
Ella tiene su genio, le había explicado el padre de la separación, pero la
verdad era otra, ya que Leonor tenía un carácter como un angelito.
El calor de los cuerpos
acunados se compenetraba, lo fundía en un solo anhelo la presencia en ella del
hijo, carne de los dos. Alfredo se volvió con la sonrisa que a ella le parecía
que le asoleaba los ojos y la dentadura, usted es una gran suegra señora
Panchita, demasiado buena para el mataperros de su yerno y para lo que va a ser
el malcriado de su nieto. Le dolía ver el almuerzo de Leonor sin leche, sin pan
“el perro ni por la perra se afana, el gallo escarba solo para la gallina”. El
sol ahora a todo fuego tostaba sabana la hierba se encartuchaba, se pulverizaba
los terrones, él cedió porque se acusó de lo que ella padecía, acepto que no
hay que ocuparse sino de su gente. Alfredo no supo porque le miró al vientre su
delicada redondez elevada de la tela clara del vestido. Querría decirle muchas
cosas ella silenciosamente sonrió y él se llevó la sonrisa
Junto al Grifo contra
incendios el viento caliente desparramaba un montón de basura aparte del grupo
de obreros los aguardaba en la esquina de la flor de Guayas la calle aparecía
desierta. Este rato confundía la nunca pudo, sembrada de motas de Mosquera con
la del capitán Medranda. Las perchas los tubos del gas corroídos el olor a leudo
y a cucarachas, eran los de los otros tiempos los soldados jugaban barajas en
un banco, los rompe huelgas que de una ojeada conocieran no era del oficio
amasaban atareados.
Alfredo había cogido de un rincón una botella.
Habían encerrado a los pocos en las varengas, con las mesas nevadas la harina. El
silencio en el galpón se exhalaba de los dos. Muertes que empezaban a
engarrotarse que les imponía su presencia, las retenían. Antes de moverlo el barrio
se encabritó en el cierrapuertas, grupos dispersos corrían hacia El Astillero.
Alfredo supo lo que le anunciaba la corazonada en Esmeraldas.
Luego de cientos de
armados ataquen a trabajadores que reclamaban por sus derechos y por una mejor
situación económica los trabajadores comenzaban a elevar su voz exigiendo
mejores condiciones laborales, salarios más justos y dignos. La otra parte de
la represión del gobierno los panaderos, los ferroviarios, los trabajadores en
general comenzaban a organizarse llevando la lucha a nuevos y mayores niveles,
la represión por parte de los militares hacia el pueblo no se hacía esperar la
orden era disparar a matar el gobierno y los sectores poderosos reprimieron la
protesta con extrema dureza, centenares de obreros fueron muertos a balazos
quitaron su viseras y sus cadáveres arrojados al río del Guayas que se tenía de
rojo. Juan Baldeón después de saber de la tragedia de aquel día junto con
blanquito fueron a buscar Alfredo que se habían ido a las manifestaciones y aún
no llegaba a casa, luego de buscar en hospitales Juan Baldeón encontró el
cuerpo de Alfredo reposando junto al cuerpo de Mosquera para lo cual no sabía
cómo se lo comunicaría a Leonor sobre la muerte de Alfredo.
XII CAPÍTULO
La esperanza
Iba con lentitud, bajo la
pesadez de los pensamientos. La compaña de San Alejo cuyos dones aleteaban en
la llovizna sobre el parque Montalvo, fresco de húmedo aroma de flores de
almendro, despertaba en Alfonso remotos ecos.
Otra vez estaban en
Guayaquil, todavía tropezaba novedades, dice no en vano vuelan los años. Ñaño,
bromeaban a las hermanas que no vaya a pasarte como a Tama ese que le decían lord
caca. Todas las mañanas desde que retomaron, dejaba a la madre mimando a los
nietos, y salía a sentir la ira, a la rotonda, que con sus follajes reemplazaba
el malecón pedregoso de antes.
Las ciudades viejas
guardan recuerdos, pero Alfonso Cortes autor de la música sinfónica que
expresaba el destino y la esperanza de su gente, ejecutada en América entre el
entusiasmo del pueblo y el escándalo rabioso de los críticos, no era de los que
se apegaban a la carcoma histórica; se había robado el viejo Guayaquil, eso no
era lo importante si no ¿Qué habían puesto su lugar? Cuantos parques, unos
muelles y algunos edificios eran todo lo nuevo, pero mientras tanto fuera de
cincuenta manzanas centrales, la ciudad continuaba achatada en casuchas y
covachas, sin agua y azotadas de pestes. Respiro la brisa almizclada de la
marea y el olor a pescado frito de las balandras cholas. No debía sr Guayaquil
la que seguía igual. En los calientes campos costeños, los hacendados, y la
rural continuarían manteniendo a balazos la esclavitud de los montubios. En los
pocos días después del regreso, leyendo los diarios, conversando con unos y
otros lo había percibido; su pueblo seguía a ciegas a tropezones y caídas. Los
cargadores se cubrían los hombros chorreantes, con saco de crudo, los
transeúntes se refugiaban en los portales.
Alfonso amaba el aguacero
siempre había despertado en su pecho salvajes fuerzas, llego a la barandilla
final; el espacio se abrió ante él. De repente, por el extremo de los muelles,
más allá de canoas y barcas, Alfonso vio recostarse escueto un grupo de negras
cruces, se erguían flotando sobre boyas de balsa; eran altas de palo pintado de
alquitrán, a su alrededor, el agua se hacia claridad líquida, pareciendo querer
serles aureola. Todos los años, hasta hoy ni uno han faltado. Las ligeras ondas
hacían cabecear bajo la lluvia a las cruces negras, destacándose contra la lejanía
plomiza del puerto. Alfonso pensó que, con el cargador lo decía alguien se
acordaba, quizá esas cruces eran la última esperanza del pueblo ecuatoriano.