I CAPÍTULO
La Artillería
Esta obra empieza narrando la historia de Alfredo Baldeón de una familia panadera hijo de Juan y Trinidad que vivían en la artillería que era un lugar de pocas casas y covachas; era tipo prisión. Alfredo tenia un gran resentimiento hacia Juan ya que el se daba cuenta de todo lo que le hacia a su madre Trinidad.
Trinidad y Juan casi siempre discutían y Alfredo lo presenciaba todo, Trinidad solo estaba ahí por su hijo ya que conocía todo lo que Juan hacia con otras mujeres, ella llena de dolor lo único que buscaba y necesitaba era salir de ese lugar. Trinidad cansada del mal trato de Juan decidió marcharse hacia Daule su padre le decía a Alfredo que ella los abandono, tras la ida de su madre, Alfredo se tira en llanto y se derrumba totalmente, ya en la panadería conoce a Alfonso Cortes, con quien entablo una muy buena amistad, Alfredo integro a Alfonso a la pandilla de la Artillería, todos no querían porque era blanco después de tantos conflictos entre ellos se dieron cuenta que él era como ellos.
Alfredo a llegar a la covacha vio un coche donde bajaban unas personas, el no sabía que hacer y llamo a la señora Petita, y le dijeron que aquí había un caso de peste bubónica o fiebre amarilla, el doctor estaba impaciente y le dijo que tenía que llevárselo porque si no contagiaría a todos en La Artillería, después de un rato lograron llevárselo a Segundo ya que el era el primer infectado en el pueblo, al venir el padre de Alfredo, le vio que estaba raro y le pregunto que le pasaba, Juan le dijo que parece que tiene la peste porque le dolía, Alfredo no lo pudo creer y no insistió en eso, después de ver que su padre no reaccionaba se lo llevaron al hospital, Alfredo todos los días había ido a preguntar por Juan, primero le informaron que seguía muy grave; luego que estaba lo mismo; la víspera le dijeron que parecía mejorar. No quería ilusionarse guardaba lo peor.
Desde
el confín de El Astillero hasta los recovecos de la Quinta Pareja, donde la bubónica
hacia su agosto, el carretón de bandera amarilla arrastraba su rechinar lúgubre,
pero no bastaba, no era suficiente para el acarreo constante que provocaba la bubónica.
Alfonso
y Alfredo dieron vuelta al cerro del Carmen y al encontrarse con una monjita
joven quien asomó, con el hábito azul y la corneta tiesa de almidón blanco, le
preguntaron:
¿Madrecita,
a ver si me hace el favor de preguntar como sigue Juan Baldeón, cama 17; ya
usted sabe cuál?
Juan Baldeón está mucho mejor, quizá el domingo se le de el alta. La providencia te ampara, chiquitín.
Desde el fondo de todos los momentos de su vida, después, siempre una mano blanca le habrá de llamar; solo un día supo a donde.
II CAPÍTULO
El Primer viaje de Alfredo Baldeón
En este capítulo Alfredo Baldeón junto con él su taita y su madrastra Magdalena se fueron a vivir hacia la plazuela de Chile, después que su madre los abandonara. Alfredo Baldeón con apenas 15 años de edad.
Alfredo Cortes y Onésimo querían ir hacia la guerrilla a defender a los negros, Alfredo sabría que extrañaría a su familia, pero asi ya no tenía que estudiar y dejaba de luchar con las ganas de meterse a la cama de su madrastra, pero era ella quien más sospechaba de su proyecto de partir, la madrastra hablo de sus actitudes sospechosas con su padre, pero él le dijo que era así por su madre. Alfredo se iba a ir al amanecer, él pensaba que si vencía con los negros el saldría soldad, él estaba esperando irse antes que su padre viniera, sabia que la guerra le daría muchas mujeres. Al darse cuenta su padre fue a intentarle buscarle por todos lados, pero eso no hizo falta ya que Magdalena encontró en el catre una hoja escrita por Alfredo donde le decía a su padre donde se iba y porque, le dejo escrito que ya estaba cansado de la escuela y que se iba a la guerra porque el mismo quería.
Alfredo se había
hundido en el tema de la guerra y en unos meses creció unos dedos más, se convirtió
en un soldado o más dicho un guerrillero, nada nuevo le impresionaría a
Alfredo, pronto adquirió buen tipo para manejar el fusil.
Carlos Concha
levanto la rebelión de los negros para vengar a Alfaro. Alfredo no hizo nada en
el enfrentamiento se puso a descansar en una piedra en forma de tortuga donde
una sambita se le acerco, ella era Trifila era hija de Remberto Mina y Juana
era justo pagarle así a su padre, al fin el sueño apagaba el deseo de
acostarsela. Después de su larga permanencia en el rancho, Trifila le lavaba su
ropa, le hacia la cama, le preparaba la comida y otras cosas.
Ella y él sentía
una gran atracción y el ultimo día que estaría Alfredo en la hacienda entro a
la alcoba de Trifila y la cogió de la mano, ella le dijo que era un malo por
dejarla pero de todos modos la dejo no más.
III CAPÍTULO
Las Montiel
Alfredo estaba un poco triste su papá quería que estudie, pero él no quería, él quería ser mecánico, él ya estaba muy grande para ir a la escuela ya que los demás se le burlarían.
Se reunían a jugar con los montieles, jugaban cartas, Alfredo andaba con Felipa y Alfonso con Margarita, hacían peleas por mujeres.
Magdalena cuidaba bien a Alfredo y a sus hermanos cuando llegaba el padre le tocaba la frente y en tono burlón le decía cangrejo. Mientras que los vecinos, obreros de las fabricas de chocolates, escarbadores, policías, estallaban en disputas con sus mujeres o contaba destempladamente. Ellas lavaban, cocinaban o peleaba a gritos de puerta a puerta. Los hermanos de Alfredo se apegaban a enseñarles sus trompos mugrosos y quiñados, sus fichas de sacar votos, las figuras de las petacas de los cigallos. Al día siguiente mismo de su regreso, halándose todavía muy mal lo visito el amigo Alfonso y ambos se alegraron, la cara morena de Alfredo resaltaba en la cama; a través de la flacura se acusaban sus fracciones. Al volver de Esmeraldas, Alfredo hallo al padre dueño de la panadería porque el viejo Adriano Rivera le había cedido La Cosmopolita para que page como pudiera pues los dos amigos fueron a jugar con unas amigas de su prima de Alfredo pues Margarita era una joven de boca pequeña y gruesa, mientras que su hermana Felipa era gorda y de fracciones mas toscas. Margarita y Alfonso se estrecharon la mano se miraron a los ojos en ese momento Alfonso alcanzo a ver a un muchacho de unos diez años, sin zapatos haraposos y con el pelo greñudo y revuelto pues era Emilio hermano de las chicas novias de Alfredo y Alfonso pues de apodo por su fisionomía le decían Mal puntazo. Después de un cierto tiempo que salían Alfredo con Felipa y Alfonso con Margarita un muchacho de nombre Moncada a quien le decían La víbora, se había fijado en Margarita pues Alfonso quería pelear con el muchacho, pero no le preocupaba demasiado la posible variación de Margarita pues el ya empezó a aburrirse con ella y si peleaba era por la hombría y el respeto.
IV CAPÍTULO
Los apuros de mano de cabra
Mano
de cabra era un hombre que daba trabajo a chicos como Alfredo, a él y algunos
amigos, el trabajo en el taller de cabra no era de la ciudad hace años era
teniente político.
Andaba
también con las mujeres, problemas de estudio y en el trabajo los muchachos
querían hacer huelgas porque mano de cabra iba a bajar el jornal a todos
maestros, obreros y oficiales. A mano de cabra lo querían agarrar, putearlo,
pero se daba la huelga. El carácter de mano de cabra no era el más aguantable
de todos, la verdad era que el pobre mano de cabra tenía una razón muy personal
para ser así, un día en el que sus trabajadores, entre ellos Alfredo, se
reunieron para quejarse de mano de cabra y burlarse de él, uno de ellos al cual
apodaban pirata les contó que mano de cabra no era de la ciudad hace años era teniente
político.
Un día fue a una fiesta donde le contagiaron una enfermedad sexual, no pudo sanarse y tuvieron que caparlo, Alfredo decía que como podía él vivir, así como podía soportar el que ninguna mujer jamás se sintiera gozos a su lado como lo hacía Felipa con él. Alfredo le había hecho suya sin tener que sacarla a un cuarto, con el tiempo Alfredo se aburrió de Felipa y decidió alejarse de ella pues decía que lo de la lavandería era puro capricho. Alfonso conoció a Pepina quién era hija de su profesor de música al cual después de silbarle las notas que a Pepina le habían gustado mucho se había dado el trabajo de sacarlas en el piano, Alfonso pudo escuchar su propia música y en el piano lo cual le contestaba mucho aquel señor enseñó mucho a Alfonso hizo que el empezara a amar a Beethoven. Alfonso era la esperanza de su familia, sus hermanas y su madre trabajaban para que él pudiera estudiar. Pero, cómo seguir de señorito cuando la vida estaba tan cara y como lo que su madre y sus hermanas ganaban yo no les alcanzaba ya no era posible seguir así, sus hermanas no tenían juventud solo vivían para coser y coser eso no era vida y menos a la edad que ellas tenían. Así que decidió que tendría que dejar de estudiar.
V CAPÍTULO
Alfonso de regreso a casa
encontró un rotulo que decía viva Tamayo, Aquí aparece Violeta quien se le robo
los ojos a Alfonso por su silueta fina y su gran vestido negro; la familia de
Violeta se había cambiado a vivir en el piso alto de la casa de Alfonso, él
pensó que él le daría trabajo la vida miserable que él tenía con el salario que
no le servía de mucho ya que tenía muchas obligaciones y deudas que
pagar. El sueño de la madre de Alfonso era que el terminara
su carrera, pero la pobreza de la casa era cada día más ya que no tenían
dinero.
Desde que apareció violeta comenzaron a salir dar vueltas, en una noche. Violeta ofreció a Alfonso que tacase el piano, toco varias piezas de moda, el instrumento dócil y afinado se ganaban las manos; la noche helada de afuera, la noche de la ciudad, d calles de cascajos y bledos de cercas coronadas de reseda de mulatas calientes y de perros sin dueño, venían a poner su letra de miseria y abandono. Violeta querría a Alfonso por un prodigio, tocar de corrido su música aun no escrita, ya no por agradarle sino por entrar en su espíritu. La señora Elvira lo invito a ir a su casa las veces que Alfonso desee ya que el piano era ya como tuyo. Violeta y el piano lo habían estremecido hasta las raíces de su ser, el misterio musical retornaba cotidiano a obsesionarlo en la casa, la oficina, en la calle.
Había aprendido música
con el profesor Albert a quien conoció en el colegio Roca fuerte y cuya hija
Pepina con quien trabo gran amistad. Albert en una ocasión escribió uno de los
ritmos que Alfonso escuchaba en sí y que solo silbando podía expresarlo.
Por sus aficiones
musicales, Alfonso trataba un tanto a los del oficio en la ciudad entre ellos
al maestro Odilón Cervantes.
VIII CAPÍTULO
Los barrios silenciosos
Perder la covacha era perder un pedazo del axis. Y
qué era su covacha, ¿todas las covachas semejantes entre sí, que ocupaban
manzanas y manzanas? ¡Barracones de caña con los techos perforados y los pisos, podridas
las tostas, flotando las tablas sobre el agua y fango! ¿A eso llamaban
ciudad, solamente porque en el centro los ricos?
'Oye, Juan, ¿Vos conoces a una tal Leonor
que era mi muchacha, que es obrera de la fábrica de cigarrillos y vive o vivía,
al lado de la caballeriza La Florencia, Sí, ¿ahí vive todavía? Ardía la
palma de él, en el hombro suave de Leonor.
IX CAPÍTULO
Puerto Duarte
Empezó la agitación y las
reuniones para poder decidir qué hacer si iban a paro o no y esto empezó a
aumentar la tención de Alfonso, al llegar a la reunión no encontró lugar en las
bancas así que se arrimó a un balcón, y Alfredo que vino con Alfonso tubo que
subir a la mesa de comité de huelga. Alfonso se mantenía entre los demás
dirigentes inquietos y sin lanzar una sola sonrisa. Las paredes de tablas sin
pintar encrudecidas por la luz de las linternas, pendían de estas paredes los
retratos de los viejos fundadores, de la institución. En la sesión vio muchas gentes
tantas nuevas como conocidos, pero le parecía increíble que estas personas
estén ahí, pero eran los mismos hombres que el exceso de trabajo los había
embrutecido, eran quienes terminaban su trabajo con un vaso de aguardiente y
que su entusiasmo solo despertaba cuando veían el boxeo, en la sesión lo que
preguntaba era ¿Qué es el Ecuador? Preguntas de que si esto serviría para algo.
Pero esto lo llevo a
recordar cuando era niño y empapelaba sus cometas también recordó cómo aprendió
las palabras libertad y pueblo, estas palabras las aprendió de los libros de
Montalvo que le dio su abuelo, también pensó en Don Leonardo el padre de Violeta,
pero estos pensamientos que vienen su mente eran porque en la agitación de ese
instante aprendió a ver la patria en el pueblo: Baldeón repitió una frase que
había escuchado en Lima "Los que se avergüenzan de ser pueblo, no son
hombres". Alfredo le había contado las interioridades del movimiento. El
paso carecía de unidad, la tendencia independiente era minoritaria dominaban los
viejos mutualistas, abundaban los agentes patronales del gobierno y los partidos
políticos opositores.
La lucha interna se
entablaba precisamente por los objetivos de la huelga, primero lo que
reclamaban era mejores salarios y menos horas de trabajo, y hacer cumplir la
ley de 8 horas alegando que el alza de salarios no servirá de nada por la
devaluación de la moneda por eso decían que la causa real del hambre es que el
dólar ha subido de dos a cinco sucres casi de golpe. Alfredo creía que lo
urgente era atender el hambre y que la fuerza del pueblo debía aspirara a más,
en una nueva reunión se discutía el asunto por quinta vez pero ahora ya no era
a puertas serradas sino era una reunión popular, entre la marejada que Alfonso
estaba presenciando vio entrara a un grupo de mujeres y reconoció la cara de
Margarita que era una chica muy guapa y muy bonita eran unas mujeres que hacían
colectas para las familias de los protestantes y se hacían llamar las de las
del Rosa Luxemburgo cosían banderas rojas acudían a las asambleas y desfilaban
en las manifestaciones cantando el Himno Hijos del Pueblo.
La manifestación comenzó
y se hiso en la Plaza de San Agustín y salieron a las calles, mujeres y
muchachos se asomaban a las puertas y muchos hombres salían siguiendo la
protesta y apoyándolos, lo que ellos no se esperaban es que el gobierno iba a
reaccionar de un modo cruel y demasiado sangriento. Los gritos de las personas
sonaban en la plaza como el mar exigiendo sus derechos el que habla va ahora
era uno de los de la Federación Regional, era demasiada gente nunca se avían
lanzado tantas gentes a las calles Gallinazo suponía que era todo Guayaquil
menos los ricos, iban tan juntos que no se notaba los zarrapastrosos pantalones
y las camisas mojadas de sudor, y entre todo ese calor empezaron los disparos y
las personas empezaron a decir que están hachando bala se empezó a oír los
fusiles, las personas se dispersaron y la tropa los seguían sin pensar que
antes eran como ellos unos trabajadores pero ahora solo son parte del ejercito
los soldados disparaban, acorralaban al pueblo hacia el malecón en la calle del
Pichincha había sido peor los soldados habían entrado por otras esquinas, a los
cadáveres los arrojaban al río con la panza rota
para que no floten.
XI CAPÍTULO
El último viaje de Alfredo Baldeón
Leonor le hundía los
dedos entre los cabellos, reteniendo la frente entre las palmas cálidas. Antes
pudo confundir su cariño con el orgullo de llevar del brazo a una muchacha
blanca o con el hechizo de las noches en el catre de las caricias quererla era
una adhesión de ser o ser. En la calle Santa Elena debían tomar distintas
direcciones el amanecer olía a tierra húmeda, tras una cerca aulló un perro, el
perro como respondiéndole volvió a aullar. Alfredo iba a lanzarle una broma,
hoy pensaba en irse a trabajar a su lado, desde chico vivió lejos de su vieja (Leonor).
Ella tiene su genio, le había explicado el padre de la separación, pero la
verdad era otra, ya que Leonor tenía un carácter como un angelito.
El calor de los cuerpos
acunados se compenetraba, lo fundía en un solo anhelo la presencia en ella del
hijo, carne de los dos. Alfredo se volvió con la sonrisa que a ella le parecía
que le asoleaba los ojos y la dentadura, usted es una gran suegra señora
Panchita, demasiado buena para el mataperros de su yerno y para lo que va a ser
el malcriado de su nieto. Le dolía ver el almuerzo de Leonor sin leche, sin pan
“el perro ni por la perra se afana, el gallo escarba solo para la gallina”. El
sol ahora a todo fuego tostaba sabana la hierba se encartuchaba, se pulverizaba
los terrones, él cedió porque se acusó de lo que ella padecía, acepto que no
hay que ocuparse sino de su gente. Alfredo no supo porque le miró al vientre su
delicada redondez elevada de la tela clara del vestido. Querría decirle muchas
cosas ella silenciosamente sonrió y él se llevó la sonrisa
Junto al Grifo contra
incendios el viento caliente desparramaba un montón de basura aparte del grupo
de obreros los aguardaba en la esquina de la flor de Guayas la calle aparecía
desierta. Este rato confundía la nunca pudo, sembrada de motas de Mosquera con
la del capitán Medranda. Las perchas los tubos del gas corroídos el olor a leudo
y a cucarachas, eran los de los otros tiempos los soldados jugaban barajas en
un banco, los rompe huelgas que de una ojeada conocieran no era del oficio
amasaban atareados.
Alfredo había cogido de un rincón una botella.
Habían encerrado a los pocos en las varengas, con las mesas nevadas la harina. El
silencio en el galpón se exhalaba de los dos. Muertes que empezaban a
engarrotarse que les imponía su presencia, las retenían. Antes de moverlo el barrio
se encabritó en el cierrapuertas, grupos dispersos corrían hacia El Astillero.
Alfredo supo lo que le anunciaba la corazonada en Esmeraldas.
Luego de cientos de
armados ataquen a trabajadores que reclamaban por sus derechos y por una mejor
situación económica los trabajadores comenzaban a elevar su voz exigiendo
mejores condiciones laborales, salarios más justos y dignos. La otra parte de
la represión del gobierno los panaderos, los ferroviarios, los trabajadores en
general comenzaban a organizarse llevando la lucha a nuevos y mayores niveles,
la represión por parte de los militares hacia el pueblo no se hacía esperar la
orden era disparar a matar el gobierno y los sectores poderosos reprimieron la
protesta con extrema dureza, centenares de obreros fueron muertos a balazos
quitaron su viseras y sus cadáveres arrojados al río del Guayas que se tenía de
rojo. Juan Baldeón después de saber de la tragedia de aquel día junto con
blanquito fueron a buscar Alfredo que se habían ido a las manifestaciones y aún
no llegaba a casa, luego de buscar en hospitales Juan Baldeón encontró el
cuerpo de Alfredo reposando junto al cuerpo de Mosquera para lo cual no sabía
cómo se lo comunicaría a Leonor sobre la muerte de Alfredo.
XII CAPÍTULO
La esperanza
Iba con lentitud, bajo la
pesadez de los pensamientos. La compaña de San Alejo cuyos dones aleteaban en
la llovizna sobre el parque Montalvo, fresco de húmedo aroma de flores de
almendro, despertaba en Alfonso remotos ecos.
Otra vez estaban en
Guayaquil, todavía tropezaba novedades, dice no en vano vuelan los años. Ñaño,
bromeaban a las hermanas que no vaya a pasarte como a Tama ese que le decían lord
caca. Todas las mañanas desde que retomaron, dejaba a la madre mimando a los
nietos, y salía a sentir la ira, a la rotonda, que con sus follajes reemplazaba
el malecón pedregoso de antes.
Las ciudades viejas
guardan recuerdos, pero Alfonso Cortes autor de la música sinfónica que
expresaba el destino y la esperanza de su gente, ejecutada en América entre el
entusiasmo del pueblo y el escándalo rabioso de los críticos, no era de los que
se apegaban a la carcoma histórica; se había robado el viejo Guayaquil, eso no
era lo importante si no ¿Qué habían puesto su lugar? Cuantos parques, unos
muelles y algunos edificios eran todo lo nuevo, pero mientras tanto fuera de
cincuenta manzanas centrales, la ciudad continuaba achatada en casuchas y
covachas, sin agua y azotadas de pestes. Respiro la brisa almizclada de la
marea y el olor a pescado frito de las balandras cholas. No debía sr Guayaquil
la que seguía igual. En los calientes campos costeños, los hacendados, y la
rural continuarían manteniendo a balazos la esclavitud de los montubios. En los
pocos días después del regreso, leyendo los diarios, conversando con unos y
otros lo había percibido; su pueblo seguía a ciegas a tropezones y caídas. Los
cargadores se cubrían los hombros chorreantes, con saco de crudo, los
transeúntes se refugiaban en los portales.
Alfonso amaba el aguacero
siempre había despertado en su pecho salvajes fuerzas, llego a la barandilla
final; el espacio se abrió ante él. De repente, por el extremo de los muelles,
más allá de canoas y barcas, Alfonso vio recostarse escueto un grupo de negras
cruces, se erguían flotando sobre boyas de balsa; eran altas de palo pintado de
alquitrán, a su alrededor, el agua se hacia claridad líquida, pareciendo querer
serles aureola. Todos los años, hasta hoy ni uno han faltado. Las ligeras ondas
hacían cabecear bajo la lluvia a las cruces negras, destacándose contra la lejanía
plomiza del puerto. Alfonso pensó que, con el cargador lo decía alguien se
acordaba, quizá esas cruces eran la última esperanza del pueblo ecuatoriano.
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